Y si te invito a dar un paseo junto al Darro?... puedo disparar al cielo con el índice para que empiece a anochecer de golpe, mientras mi dedo aún humea triunfante y orgulloso... pintarlo de vivos rojos y naranjas chillones que dañen los ojos, hasta ver solamente la silueta de los tristes que vienen de vuelta de ninguna parte... sentarnos en una terraza a tomarnos un ribera en copa fina mientras intentamos resolver un sudoku al revés... darle de comer caviar a los patos del río, que nos esperan ansiosos, con tenedor y cuchillo en las alas... terminar el paseo nocturno a las cuatro de la tarde en una plaza, escuchando a un viejo violinista, de eterna barba blanca, tocar para nosotras una canción improvisada que recordaremos siempre con los pies descalzos... Darías ese paseo conmigo?
Y si te confieso que he robado las llaves de la Alhambra y le he dado la noche libre a todo el personal, a turistas y demás curiosos... que he apagado las luces de un solo soplido y me he gastado los tres últimos sueldos en velas para alumbrarnos los pasos... que hice un máster en simetría y en pasadizos secretos... que aprendí a hacer celosías con lanas de mil colores, y repujados árabes es granos de arena fina... que conseguí convencer a Marte y a la Luna para bañarse en el agua del patio de Comares, para que no tengas que dejarme ciega ni verlas reflejadas a miles de años luz... que los peces naranjas esperan con bombona de oxígeno, sentados en los nenúfares, a que les tires kikos y un poco de tarta de dátiles y chocolate... que he conseguido concentrar el silencio justo en una burbuja para asomarnos a contemplar el Albaycín hasta grabar la estampa en las retinas y en los sentidos... que devolveré las llaves al amanecer, cuando doblen a lo lejos las campanas de la catedral y salgan los barrenderos a limpiar las calles de sueños líquidos derramados y olvidados en las aceras... Dime, vendrías conmigo?
Lo sé, pero... y si vinieras conmigo?
Héctor: Duermo en el avión mientras vuelo a Montecarlo para tomat el café con mi abuela Magott en la residencia de Saint Alain, mi posesión más pequeña y también la más acogedora con sus colores pastel, sus jardines frondosos y sus cuadros de paisajes ingleses. Aquí he pasado algunas de las noches más ardientes de mi vida con la gélida Assumpta San Pietro, tiburón de los negocios y cordero entre las sábanas que me abandonó por un actorzuelo de un culebrón venezolano. Mi abuela me dice que tengo mala cara y yo sonrío. Parece que te estés muriendo, remacha ella. Quizá, digo, quizá. Meriendo en el coqueto castillo barroco de Gruerlach, en el corazón de Austria. Quiero despedirme de los mil trofeos que se apretujan en su pabellón de caza. Cada uno de ellos tiene una historia: un peligro, un romance fugaz, una escapada inolvidable, un desafío repentino y estimulante. Aquí me localiza mi médico particular para preguntarme cómo me siento. Bien, respondo, nadie diría que me queda un mes de vida. Quizá más, dice el médico, hay un tratamiento nuevo que...